Tienen lugares comunes
de marcas indelebles de la infancia
y su común sentir se escucha
y sus sueños aún dormitan
entre caracolas marinas.
Gustan del beso de las olas
Y de ese punto del poniente al atardecer
que las gaviotas conocen
y el azul mar refugia.
Ser diferentes, es su bandera
esa misma que los execra de las estadísticas
de ser moda, para ser desviación estándar,
y escapar de la trampa de la campana de Gauss,
bajo la mirada incomprensible de los otros.
Danzan entre letras,
soñando en sus concavidades convexas,
colándose a veces entre ellas,
algún anhelo
o algún deseo de amor.
Comparten símiles corazones apresados,
por un fuego disarmónico y exaltado,
propio de los llamados “mal amados”
por una y mil historias de amor;
y un dulce sabor aún no saboreado,
aguarda en sus entrañas para ser probado,
y corre por sus venas llenas de nostalgia
por lo que se quiso fuera y no fue.
Comparten también vino, café, sal y viento,
un espacio propio y virtual,
un lugar sin paredes, rejas, puertas ni techo,
más allá de las realidades aparentes,
un tiempo y un espacio que existe;
como no palpable, no tangente,
donde sus cuerpos son hologramas,
suerte de quantum de luz ardiente,
que aguardan por el beso y la caricia,
que los ancle por fin a tierra.
Mientras; van perdiéndose entre la multitud,
Y en ese río de gente llamada humanidad andan,
entre esos que cada día se desconocen más y más,
que no se vinculan sino que se hacen presa
de la tecnología incomunicacional.
Pero ellos como náufragos esperanzados,
se hilan en ese lazo conector e intuitivo,
que sienten al elevar sus miradas,
y encontrarse en ellas por encima de todo y de todos,
para hacerse una vez más el pacto,
de ser el cómplice habitual del otro.
Emilia,
12/10/2010
(Mi guitarra y vos de Jorge Drexler acompaña a esta nota)
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Emilia Lee