Bajo el signo de abril,

con la piel a la intemperie

Escribo

Escribo porque es catártico, psicodrenante, disentérico, emético, liberador y sanador, me permite “mirar”. Lo terrenal está todo aquí y se “ve”…

Yo quiero “La Mira”

- La mujer de abril -

El Refugio perfecto


Arrastraba lentamente mi cuerpo por el borde de la cama en un heroico acto por levantarme de ahí; pero cuerpo y voluntad estaban asincrónicos, sin entenderse y ansiosos por saber que me ocurría.

Mis tendones y articulaciones laxas, se asemejaban a una suerte de gel denso y homogéneo que paulatina e irreversiblemente  iban perdiendo su forma original y comenzaban a fundirse a una matriz gelatinosa mayor en la que se había convertido el colchón y con el mi almohada. Todo mi cuerpo se iba volviendo una masa amorfa de colágeno anárquico.

A través del humor acuoso que aún quedaba en mis ojos alcancé a ver mi interior, verificando que ese proceso mutacional experimentándose en mi cuerpo no había alcanzado aún mi esqueleto y todos sus huesos.
Rápidamente el instinto en mi hipotálamo me hizo correr con lo que quedaba de mi hacia mis médulas, en cuyo interior reinaba el miedo y la incertidumbre; afuera todo se desplomaba paradójicamente en forma de gel.

La respiración se dificultaba al adentrarme más y más cuando ya sin oxígeno fui sorprendida y arrastrada hacia mis pulmones - por lo que quedaba de mi torrente sanguíneo- como en un último intento de supervivencia.

Ahí intuí el inminente final, mientras se conjugaban las sales biliares devorándome el páncreas, el cual ya era un resto de gelatina roja. El espacio se hizo pequeño al paso de los minutos, no quedando alvéolos ni membranas para protegerme de aquel ataque geliforme inusitado y cruel; solo un pedazo de pleura que conducía a un hoyo negro. Sin más salida me deslicé por ella cayendo a un lugar tibio, extrañamente conocido y  muy oscuro, me acomodé como pude, y en posición fetal permanecí en silencio, inmóvil, mientras todo sucedía allá afuera. Me inundó una paz absurda, fuera de lugar y circunstancia; a continuación, un sonido enorme como una campana, seguido de un silencio ensordecedor que lo llenó todo.

Entendí que era mi ventrículo izquierdo, tras el impulso de mi último latido cardíaco, mi REFUGIO PERFECTO.