Bajo el signo de abril,

con la piel a la intemperie

Escribo

Escribo porque es catártico, psicodrenante, disentérico, emético, liberador y sanador, me permite “mirar”. Lo terrenal está todo aquí y se “ve”…

Yo quiero “La Mira”

- La mujer de abril -

viernes, 25 de enero de 2013

Viaje a los lugares del Sepia



Con una gota que caía una tras otra sobre el metal en el fondo de un pozo, propiciando la herrumbre, haciendo crecer paulatinamente el moho verde- arcilloso y el olor ferroso oxidado flotando en el ambiente - insinuándose en mi nariz, embriagándome los cornetes - comenzó mi viaje nostálgico a los lugares del sepia, con la tierra temblando bajo mis pies.



Conocido el viento frío y seco propio de esos lugares, mi natural aversión por el no se hizo esperar, mas cuando golpeando desde afuera, intentaba abrir de par en par las puertas y ventanas de mi alma hasta finalmente abrirlas; lacerándome el pecho y al propio frío interior habitante de mis tuétanos; y ambos - el invasor y el propio - en microespasmos de escalofríos me recorrieran la piel. 


Progresivamente se fue helando mi conciencia y mis pies comenzaron a vagar por caminos, calles y plazas llenas de hojas de otoño. Para ese entonces yo ya era un pájaro con una que otra pluma al viento.

  



Rostros envueltos en túnicas marrón, ojos velados y murmuraciones inentendibles, iban y venían, acompañándome buena parte del camino, me paraban en las plazas, me susurraban en los callejones, sobre las ramas, a la orilla de los lagos;  contándome  cosas que debía saber y ciertamente me dijeron.
  
 
  

Bastará con rescatar una a una las palabras en el olvido para reconocer sus significados.





Rios, mares, puentes, árboles, callejones y veredas eran una borrosa pintura oropel; parecía como si Van Gogh aguardara en cada esquina del camino con su paleta de amarillos mostaza gastados, para pintarlo todo antes de mi paso...


Y Amarillo como el sol de los venados se anunciaron  y guardaron cada dia, todos los días que duró el viaje.

  

El viento se batía entre mis pleuras secas y crujientes evocando el sonido de un  arrugado papel celofán, mis pulmones eran  fuelles destartalados y anacrónicos; mi andar entre uno que otro vuelo y salto de rama al suelo, iba en tacones que transitaban sobre portadas de libros viejos y mis piernas, patas de mesa cansadas de sostener las mismas tertulias de los mismos comensales de siempre. 



Deambulé sin dirección, intención ni destino, solo se que caminé largos caminos sin importarme adónde me llevaban llenos de  gente siempre saliéndome al paso.




































Al final del viaje se presentó ante mi un anciano a quien el tiempo le debía la edad, con un parecido físico a Antonio Gala, trajeado de chaquetita ajustada de cirujano y en la mano un roído maletín de disección, repleto de cartogramas antiguos que me invitó a sentarnos bajo la 




sombra de un roble.

 



Ahí, sacó del maletín un mapa muy grande de la tierra- obsequio de Copérnico - y un compás gigante de plata, que apoyó sobre éste, extendiendolo entre los dos abrió el compás y mirandome fijamente a los ojos, dijo: - Procedamos a hacerle un electrocardiograma, luego de lo cual lentamente la tierra comenzó a recuperar su pulso terráqueo
Reestablecido el latido me sonrió diciéndome:

-Vete ya!



Me despedí de aquellos lugares desteñidos, desleídos como acuarelas desgastadas, sin ser ruinosos; intactos, detenidos en el tiempo; y de los rostros de la gente que a pesar de ser  nostálgicos, sonreían, haciéndome entender que el pasado siempre está allí en nuestra valija de viajero, acompañando; que es parte del equipaje pero que hay que aligerarlo no recordándolo mas; agradeciendo la sonrisa con la que nos despide para que continuemos con alegría el camino por venir




Emilia
25/01/2013 


(Todas las ilustraciones fueron tomadas del blog EN LA PEQUEÑA CASA DE LA NOCHE, de la artista y licenciada en Bellas Artes Tatiana Peña Arias: http://www.nefertitis7777.blogspot.com/ )
 

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