Con
una gota que caía una tras otra sobre el metal en el fondo de un pozo,
propiciando la herrumbre, haciendo crecer paulatinamente el moho verde-
arcilloso y el olor ferroso oxidado flotando en el ambiente - insinuándose en
mi nariz, embriagándome los cornetes - comenzó mi viaje nostálgico a los
lugares del sepia, con la tierra temblando bajo mis pies.
Conocido el viento frío y seco propio de esos
lugares, mi natural aversión por el no se hizo esperar, mas cuando golpeando
desde afuera, intentaba abrir de par en par las puertas y ventanas de mi alma
hasta finalmente abrirlas; lacerándome el pecho y al propio frío interior habitante de mis tuétanos; y ambos - el invasor y el propio - en microespasmos de
escalofríos me recorrieran la piel.
Progresivamente
se fue helando mi conciencia y mis pies comenzaron a vagar por caminos, calles
y plazas llenas de hojas de otoño. Para ese entonces yo ya era un pájaro con
una que otra pluma al viento.
Rostros
envueltos en túnicas marrón, ojos velados y murmuraciones inentendibles, iban y
venían, acompañándome buena parte del camino, me paraban en las plazas, me
susurraban en los callejones, sobre las ramas, a la orilla de los lagos; contándome cosas que debía saber y ciertamente me dijeron.
Bastará
con rescatar una a una las palabras en el olvido para reconocer sus
significados.
Rios,
mares, puentes, árboles, callejones y veredas eran una borrosa pintura oropel;
parecía como si Van Gogh aguardara en cada esquina del camino con su paleta de
amarillos mostaza gastados, para pintarlo todo antes de mi paso...
Y
Amarillo como el sol de los venados se anunciaron y guardaron cada dia, todos los días que duró
el viaje.
El
viento se batía entre mis pleuras secas y crujientes evocando el sonido de un arrugado papel celofán, mis pulmones eran fuelles destartalados y anacrónicos; mi andar
entre uno que otro vuelo y salto de rama al suelo, iba en tacones que
transitaban sobre portadas de libros viejos y mis piernas, patas de mesa
cansadas de sostener las mismas tertulias de los mismos comensales de siempre.
Deambulé
sin dirección, intención ni destino, solo se que caminé largos caminos sin
importarme adónde me llevaban llenos de
gente siempre saliéndome al paso.
Al final del viaje se presentó ante mi un
anciano a quien el tiempo le debía la edad, con un parecido físico a Antonio
Gala, trajeado de chaquetita ajustada de cirujano y en la mano un
roído maletín de disección, repleto de cartogramas antiguos que me invitó a
sentarnos bajo la
sombra de un roble.
sombra de un roble.
Ahí,
sacó del maletín un mapa muy grande de la tierra- obsequio de Copérnico - y un compás
gigante de plata, que apoyó sobre éste, extendiendolo entre los dos abrió el compás
y mirandome fijamente a los ojos, dijo: - Procedamos a hacerle un
electrocardiograma, luego de lo cual lentamente la tierra comenzó a recuperar su pulso
terráqueo.
Reestablecido el latido me sonrió diciéndome:
-Vete
ya!
Me
despedí de aquellos lugares desteñidos, desleídos como acuarelas desgastadas, sin
ser ruinosos; intactos, detenidos en el tiempo; y de los rostros de la gente
que a pesar de ser nostálgicos,
sonreían, haciéndome entender que el pasado siempre está allí en nuestra
valija de viajero, acompañando; que es parte del equipaje pero que hay que
aligerarlo no recordándolo mas; agradeciendo la sonrisa con la que nos despide
para que continuemos con alegría el camino por venir
Emilia
25/01/2013
(Todas las
ilustraciones fueron tomadas del blog EN LA PEQUEÑA CASA DE LA NOCHE, de la artista y
licenciada en Bellas Artes Tatiana Peña Arias: http://www.nefertitis7777.blogspot.com/
)
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Emilia Lee