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Mural de Emiliano Antonioni/Artista plàstico... ( creo que son Jim, Emiliano y Hsin Litzy) |
Los pinchos son una cosa muy
pinchuda, incomodan por demás; tanto a los que se topan con ellos – por
ejemplo, en un abrazo- como a quien los lleva.
Hoy les contaré de
Emiliano, un bello chico con dones de alquimista, quien vestía con ropas cubiertas de pinchos, para
evitar que cualquiera, porque si, viera por los ojales de su camisa o el
descosido de su pantalón, la hermosa luz que hacía de su corazón una gigante
bombilla en lugar de un corazón lleno de sangre; lo cual para él era una suerte de maleficio.
Emiliano vive en un
pequeño pueblo que flota en el mar, cuyos límites acuosos le dan la vuelta 360º
desde cualquier punto que se vea. Del lugar solo se sabe que en el mapamundi
tiene las siguientes coordenadas: Situado entre las latitudes 10°
52' y 11° 11' N y las longitudes 63° 47' y 64° 24' 0. algunos le llaman Perla.
La vida acontece tranquila
en el pueblo en "wu wei” - como diría Zhuangzi, en estado de clarividencia -
sin más sobresalto que el del silbato del único medio de transporte existente:
una locomotora ténder del tamaño de la
isla, que cada 60 segundos anuncia la llegada a la próxima estación.
Con ella se tiene acceso a
una de las dos montañas que tiene la isla; la primera. El mar tiene el salado
justo y el cielo siempre está dispuesto a que se le coloree del color que se
desee, según los ánimos de sus habitantes.
Emiliano tiene un gran
amigo, un compañero de siempre, quien le enseñó el arte de escuchar los cuentos
que cuentan dentro de sus conchas, las caracolas marinas. Cosa que hacen cuando
Jim, su amigo, lo lleva a la orilla del mar.
Es un momento que comparten
con alegría, la cual fuera enorme si pudieran escuchar el cuento los dos juntos
a la vez, abrazados de oreja a oreja; pero eso no ocurre por las ropas de
Emiliano.
Jim siempre le reclama el
por qué no se deshace de sus ropas y toma el sol como lo hace todo el mundo a la orilla del mar, y Emiliano se pregunta el por qué de la exigencia, si sus ropas son de
“ceda”.
Jim salta en carcajadas y asiente.
- Si, de ceda con “c”, porque la seda con “s” no tiene pinchos.
De ahí el sobrenombre de
“Emiliano, el que viste de seda pinchuda”, título de este relato.
Una tarde a la hora del
crepúsculo mientras los amigos compartían en la orilla del mar, un fuerte
oleaje trajo una caracola gigante hasta sus pies; era una caracola extraña, en
sus bordes se visualizaban unos pictogramas chinos.
Jim la tomo con cautela,
pues esos dibujos sobre la concha, para el eran desconocidos.
Al revisarla, Oh! Sorpresa;
dentro había un pergamino, cuya apariencia si era conocida para Jim, en esos
pergaminos escribian sus misivas la gente de la realeza que
habitaba tras la segunda montaña de la isla; lugar privilegiado en fauna, flora y recursos naturales, "lugar prohibido"; al cual no tenían acceso la
locomotora ni los simples mortales habitantes que moraban en ella.
Emiliano ante la naturaleza de la carta, se abalanzó sobre
Jim por la curiosidad, pinchándolo todo, y se dispuso rápidamente a desatar la
cinta del pergamino para leer su contenido; mientras Jim se quitaba los pinchos
con la ayuda de un erizo y le vociferaba palabras gordas y rojas subidas de tono a Emiliano.
Curiosamente el texto de la
misiva estaba en perfecto español y en él se leía lo siguiente:
“A todo aquel que por
corazón tenga una bombilla va este mensaje de auxilio y desesperación:
Soy el Rey Da Lóng del
Imperio Lóng de los Nobles del Valle de Las Mandarinas, al Sur de Perla; mi
hija Hsin Litzy (Corazón de ciruelo) fue raptada hace 3 días por aves
gigantes, desconocidas, del Oeste, quienes surcando el cielo, ingresaron a nuestro territorio ,llevandosela con ellos. Según
nos cuentan algunas anguilas que se allegaron hasta aquí, fue arrojada a la
tierra de los Buitres del Norte de la isla a cuyo lugar no podemos llegar
porque la sequía imperante mató a los últimos caballos que quedaban en el reino
y la única locomotora de la isla no pasa por aquí.
Nuestra hija tiene
apariencia de rosa, pero está cubierta de ropas de “ceda” con muchas espinas, a
diferencia de la que lleva el resto de la familia real; cuyos vestidos son elaborados por los
más finos gusanos de seda del reino; esto ella lo hace con la finalidad de
enmascarar y no dar a conocer su Verdad interior. Es un maleficio del que solo puede ser
salvada por aquel que por corazón tenga una bombilla“
Emiliano quedó impactado,
esa misiva era para él. ¿Quién sino él tenía por corazón una bombilla?
De inmediato echó a correr
hasta donde estaba Jim, para contarle del mensaje de la carta, éste, luego de
retirarse el último pincho, compartía con el erizo un helado.
De regreso a casa ambos
comentaron la novedad una y otra vez, lo que los inspiró a ejecutar un plan de
rescate de la princesa esa noche mientras a dormir se disponían:
A la mañana siguiente y
antes de que el maquinista de la locomotora despertara, ellos la tomarían y se enrumbarían hacia el Norte, a la Tierra de los Buitres, a rescatar a la
princesa, aventura muy riesgosa, pero a la que Jim no pudo hacer desistir a
Emiliano; la convicción de éste ante aquella empresa era genuina y absoluta.
Convencido esa noche sufrió
del más hermoso insomnio que mortal jamás haya experimentado, en la ilusión de que con
el rescate de la princesa tal vez se libraría él de su propio maleficio.
Así fue como al amanecer
accionaron el plan, cargaron con todo el carbón disponible en la estación,
quedaron tiznados hasta las orejas, prendieron la locomotora y a toda velocidad
se saltaron a los pasajeros que esperaban en las estaciones y se dirigieron al
destino trazado; adentrándose al paisaje
marciano y xerófito que era la Tierra de los Buitres del Norte, mientras atrás
quedaba el pueblo alborotado y todos sus habitantes quejandose de que por
aquel lugar no hubiera policías que apresaran a aquellos inusitados ladrones.
Ya en camino y rumbo al
ascenso de la primera montaña de la isla – la isla solo tenía dos- la red de
rieles del tren dejaba de ser rectilínea para hacerse una serpentina de curvas
muy cerradas, con muchos riscos a cada
lado; en el cielo, al fondo, se veían sobrevolar rapaces, unas aves
falconiformes, de cabezas peladas que daban grima; a la orilla del camino un
letrero decía:
“PRECAUCION está usted
llegando a Cathartidae, Tierra de Los Buitres del Norte, colocarse tapabocas”
Efectivamente un trayecto
más allá, el aire se hizo enrarecido y pesado, poco potable a la respiración.
A la locomotora se le hacía
difícil el paso a medida que el ascenso era más empinado, y en la curvas
quedaba solo sostenida por las ruedas de un lado. Emiliano, catalejos en mano,
buscaba a la rosa sin éxito por los cuatro puntos cardinales, a la vez que se
repetía una y otra vez:
- Su apariencia es de rosa,
pero vestida de ceda.
Pronto se le agotó la esperanza de encontrarla, finalmente en todo aquel paraje desértico no la halló.
De repente, la locomotora
fue atacada por un enjambre de buitres que le hizo perder la estabilidad y
entonces Emiliano - sin saber conducir siquiera- decidió asumir el mando. Jim
gritaba angustiado:
- ¡Tú no eres maquinista
Emiliano, sino un alquimista!
A lo que Emiliano respondió:
- ¡Entonces por eso!
A pesar de todo en la curva
número 519, la locomotora colapsó y tras un brutal frenazo, arrojó a Emiliano
por la ventana.
En el aire, en caída libre, vio
cómo iba perdiendo sus ropas una a una, quedando desnudo su corazón, iluminando
más que el mismísimo sol del cielo.
Fue un instante de gran
bondad, de liviandad, de darse absolutamente, convencido, satisfecho y suficiente con lo que
hacía, sin tener miedo, brillando sin esconderse. Cerró los ojos y entregó su
vida, reconociendo su pequeñez, mientras su corazón era la suma de todos los
bombillos de todos los estadios de fútbol del planeta. Se sintió feliz, ingrávido y sin
tiempo.
El descenso se hizo
paradójico desobedeciendo la ley de la gravedad, muy lento y suave, como si de
una pluma de ave se tratara. Abrió los ojos y miró como los pájaros volaban
junto a las estrellas tomados de la mano. Descendió y descendió hasta posarse
entre las espinas de una rosa, pero no era una rosa cualquiera; era la princesa
que con apariencia de rosa cubierta de ceda estaba en el medio de aquel paisaje
iluminado y vacío, casi enceguecedor.
Sorprendido, se encontró con
los ojos de ella, mientras buscaba acomodo entre sus espinas, y una vez pies en
tierra y mirándole fijamente preguntó:
- ¿Hsin Litzy?
Y ella: - ¿Emiliano, el que viste de seda pinchuda?
Ambos asintieron a la vez
Y en el cielo se escuchó una
carcajada
Emiliano ayudó a Hsin Litzy
a quitar una a una las espinas de sus ropas, reconociendo con ello las semejanzas, el parecido común con sus propias espinas, y así
juntos fueron colocando en cada punto cardinal las del Miedo, las de la
Inconformidad, las de la falta de Confianza en sí mismo, las de la inalcanzable
Suficiencia, las de la Insatisfacción, las del No merecimiento del Amor.
A la par una suave brisa se
llevaba el aire enrarecido, el letrero de la Tierra de Los Buitres y la aridez del lugar.
Caía la noche y emprendieron
marcha en busca de la locomotora y de Jim hasta que los encontraron a las
faldas de la primera montaña, una vez en ella, desviaron el camino y se
dirigieron al Valle de las Mandarinas; previo las constelaciones en el cielo
habían notificado al Rey Da Lóng del rescate, por lo que eran esperados en el
reino con jubilosa fiesta.
En la puerta de palacio un
nutrido séquito aguardaba la llegada de la locomotora y sus acompañantes con
alegría. El rey Da Lóng estaba feliz y agitaba sus brazos sin parar.
Al descender la Princesa,
Emiliano y hasta el mismísimo Jim fueron investidos con lujosas sedas de
Shanghái de dorados hilos, suaves, tersas, acariciables que
invitaban al abrazo infinito y armónico de todos los que se congregaron esa
tarde en el lugar, ahí, al sur de Perla, detrás de la segunda montaña – solo
hay dos- de cuyas referencias del lugar solo se saben estas coordenadas: "está situado entre las latitudes 10° 52' y 11° 11' N y las longitudes 63°
47' y 64° 24' 0".
La vida en el pequeño pueblo
que flota en el mar, cuyos límites acuosos le dan la vuelta 360º desde
cualquier punto que se vea, sigue aconteciendo tranquila, en “wu wei” - como diría Zhuangzi, en estado de clarividencia- sin más sobresalto que el del silbato del
único medio de transporte existente: una
locomotora ténder del tamaño de la isla, que cada 60 segundos anuncia la
llegada a la próxima estación; ahora envuelta en novedad con todos sus asientos
vestidos de fina seda, a su regreso del imperio Long de los Nobles del Valle de
Las Mandarinas y estrenando una red de rieles nueva que lleva a los propios y a
los visitantes de paseo en la locomotora por la segunda montaña donde son
recibidos con los brazos abiertos que agita sin parar feliz el rey Da Lóng.
Emiliano, La princesa y Jim
ahora vestidos con tan solo su piel, siguen escuchando los cuentos de allende
los mares que cuentan en la orilla de las playas de Perla, las espiras de las
caracolas marinas.
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